El colmo de los males son los “pooles” de siembra, que conspiran contra la ruralidad y afectan a
los pequeños productores que subsisten en el campo. La problemática se enraíza
en que hay cada vez menos minifundistas y en que se va concentrando la
producción en pocas manos.
Esta nueva figura tiene una tendencia a no
diversificar la producción, a manejar un solo cultivo y en este caso el elegido
para esta época es la soya, después de muchos años de monocultivos de soya, y
en suelos arenosos con poca materia orgánica, los suelos pueden quedar en un
desierto.
Estas corporaciones de capitales golondrina, alquilan
campos a precios útiles para los dueños que obtienen una buena renta sin
necesitar esforzarse con trabajo diario, el fenómeno de la soya sólo favorece a
los grandes productores.
El drama a corto plazo es comercial, porque los “pooles” alquilan las tierras pero
utilizan sus propias maquinarias e insumos. En síntesis, no compran productos,
no alquilan herramientas, ni ocupan mano de obra de las comunidades.
Se favorece gente que no tiene nada que ver con el
campo, porque ponen dinero en un “pool”
de siembra en vez de dejarla en el banco, y le sacan una rentabilidad en 6 ó 7
meses, mucho mayor. Esto contribuye a que cada vez se cultiven más extensiones
con soya.
El gran inconveniente a largo plazo, es que su manejo
es intensivo, porque necesitan obtener grandes cosechas en los lapsos más
cortos posibles. Esto, genera un gran perjuicio para los suelos, el posterior
empobrecimiento y todas las consecuencias antes enumeradas, como compactación,
acidificación, salinización y desertificación.
Los “pooles”
generan crecimiento de unos pocos, en vez del desarrollo de muchos. Generan un
uso abusivo e irracional del suelo, tienen un comportamiento netamente
antisocial porque no dejan nada en la comunidad, hacen perder cultura del
trabajo a la gente, y utilizan tecnología de punta en maquinarias que
prescinden de empleados.
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