(Vanesa Herrera, Sonia Gallinotti y Leandro Castaño)
Para nada optimistas los especialistas en el tema,
aseguran que mientras el monocultivo soyero siga siendo un gran negocio, el
escenario se mantendrá tal cual se presenta hoy e inclusive con posibilidades
de expansión.
La interpretación y el análisis de los fuertes
intereses económicos en juego, conducen a connotaciones políticas que obligan a
pensar en que si el gobierno no toma las riendas del asunto, puede terminar con
graves perjuicios y una fragmentación social aun más pronunciada.
No sólo habría que pensar en respetar a la tierra y
sus ciclos, sino también en políticas que frenen la producción cada vez más
monopolizada en el campo.
La soya transgénica, ocupa el 90 por ciento de la
producción soyera del país. Como cultivo extensivo e intensivo, recrudece tras
cada cosecha el impacto del sistema agropecuario actual, lo cual deriva en el
aumento de la pobreza, el daño irremediable del medio ambiente y profundiza las
amenazas a la seguridad alimentaria sobre millones de personas.
En este orden de cosas, lejos del mito que ubica a los
cultivos transgénicos como la solución a los problemas del hambre y la pobreza,
el sistema de agricultura actual empeora la situación, donde el planteo está
orientado de manera casi exclusiva a la exportación.
Las soyas RR transgenizadas, soportan los pesticidas y
herbicidas más potentes, que inclusive pueden terminar con la vida del hombre
en un lapso ínfimo. Por este motivo, casi no se cultiva la soya tradicional que
a su vez rinde menos. Con esa soya RR, se produce la leche de soya y los
alimentos a base de soya.
De uno u otro modo, los derivados de la soya como
cultivo de moda van ganando terreno sobre los productos que se fabrican con
otros cultivos como el girasol, el maíz, el trigo, y si aún no se ha llegado a
una escasez notoria de estos bienes en el mercado interno, ya se lo puede
pensar como una alarma.
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