La gobernabilidad
ambiental internacional se ha convertido en pocos años en uno de los temas más
importantes, pero también más frustrantes, de la agenda global. Las razones son
muchas, pero las más importantes son sin duda: 1) la poca importancia que dan al
cuidado del medio ambiente la mayor parte de los sectores de actividad
económica; y 2) el éxito cuantitativo, la proliferación de acuerdos ambientales
multilaterales (AAM).
Respecto de la primera razón, mientras sectores como, entre otros, el agrícola y ganadero (responsables, sobre todo este último, de la pérdida de alrededor del 70% de los bosques originales), o los de comunicaciones y transportes y de energía (edificadores de grandes obras de infraestructura que transforman paisajes enteros y fragmentan ecosistemas), no integren en sus políticas de fomento productivo criterios de regulación ambiental, la gobernabilidad sobre los asuntos del medio ambiente se mantendrá seriamente limitada.
Respecto de la proliferación de AAM, ésta se dispara a partir de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano que tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, en junio 1972. Más de 300 AAM aparecen de entonces a la fecha.
Los primeros estaban acotados a ciertas áreas o regiones específicas, pues trataban sobre la gestión de ciertos recursos naturales, manejo de algunas especies marinas, procedimientos de aislamiento para cierta flora o fauna, o determinados productos químicos. El primero del que se tiene noticia data de 1868: la Convención para la Navegación en el Río Rhin (signado por Alemania, Bélgica, Francia y Países Bajos), el cual, con algunas enmiendas subsiste hasta hoy. Así, entre 1868 y 1950 se tienen registrados solamente 23 AAM.
Actualmente, los AAM suman más de 500, de los cuales alrededor de 320 son regionales y 180 internacionales. Esta proliferación de AAM significa una carga enorme para los países miembros, pues implica obligaciones financieras directas, así como gastos por personal calificado para implementarlos y para negociar su establecimiento y desarrollo. Para acudir a las reuniones (de negociación, de órganos de dirección, de órganos científicos o técnicos, etcétera) de los AAM, por ejemplo, serían necesarios alrededor de 100 viajes al año, lo que significa al menos 250 días/hombre en el exterior, más el tiempo invertido para preparar la participación de la delegación antes de cada reunión, más el tiempo invertido para la implementación de los acuerdos derivados de cada reunión. Historia de locos, pues; misión imposible.
La proliferación, el éxito cuantitativo de lo ambiental durante las últimas tres décadas en la escena internacional, más que un éxito constituye un obstáculo para cumplir con los objetivos de los propios AAM. En este contexto, el tema de la gobernabilidad ambiental está permitiendo abordar el problema reconociendo su complejidad pero asimismo la imperiosa necesidad de un cambio. Es indispensable reordenar el andamiaje construido durante los últimos treinta años; es indispensable “y urgente” encontrar un diseño alternativo al actual sistema internacional de instrumentos ambientales.
La gobernabilidad ambiental es un problema cuya solución requerirá muchos años, seguramente décadas. Esperamos que no tarde mucho porque, como en el caso de Homo Sapiens (que pasó de unas cuantas centenas de miles a miles de millones de individuos en el curso de unos cuantos miles de años), no vaya a ser que muera de éxito.
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