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jueves, 6 de diciembre de 2012

¿PODEMOS AGUARDAR POR EL HIDRÓGENO?

Este recurso limpio está en el centro de una nueva utopía, pero tardaría décadas en consolidarse como opción energética. Dada la gravedad del desajuste ambiental, ¿podemos darnos el lujo de esperar? Que la crisis petrolera está casi a la vuelta de la esquina, lo señala un número cada vez mayor de expertos. Ya todo el planeta ha sido explorado en sus entrañas y debemos dar por seguro que no quedan nuevos yacimientos importantes por descubrir. Entretanto, la demanda continúa creciendo (nuestra civilización sigue siendo adicta al consumo de hidrocarburos) al punto de que, si China e India, por ejemplo, hicieran crecer su economía, como ya lo pretenden, hasta llegar a tener el mismo consumo energético de Corea del Sur, necesitarían según la revista Fortune un total de 119 millones de barriles diarios, es decir, casi 50 por ciento más del total de lo que digiere (¿se indigesta?) en la actualidad todo el planeta. El uso del hidrógeno podría perfilarse, según los especialistas, como una alternativa, ya que los vaticinios con relación al gas natural son los mismos que en el caso del petróleo En el campo del hidrógeno, ya hay un importante camino tecnológico adelantado (se produce por esta vía una cantidad equivalente al 10 por ciento de la producción petrolera, dicen), y posee, además, indudables ventajas con respecto al petróleo y otras fuentes de energía. Es un recurso limpio desde el punto de vista ambiental, pues representa el último paso en el proceso de “descarbonización” (desde la leña al gas, pasando por el carbón y el petróleo), puesto que es energía sin carbón, el elemento contaminante por excelencia. El hidrógeno es prácticamente inagotable y está igualmente distribuido por el planeta, lo cual hace que su gestión pueda ser democrática, sin dar lugar, añaden los entendidos, a los esquemas de concentración propios del petróleo. La economía fundamentada en el hidrógeno produciría, según se pronostica, cambios profundos en la organización mundial, porque haría posible una redistribución del poder y una mayor equidad a nivel mundial. Se anuncia, así, la posibilidad de una nueva y mejor sociedad, gracias el hidrógeno. Es, otra vez, la utopía social desde los lados del determinismo tecnológico, o sea, con prescindencia de las relaciones sociales de dominio. Si la mayoría de los científicos está en lo cierto sobre la gravedad de los desajustes ambientales y estamos en una carrera contra el tiempo, cabe preguntarse, dados los quince o veinte años que tardaría en consolidarse el hidrógeno como opción energética, cuáles serían las consecuencias de darle largas al asunto y no firmar ahora el Protocolo de Kyoto. Muchos temen que serían muy severas y probablemente irreversibles.

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