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martes, 5 de enero de 2010

COPENHAGUE AL DESNUDO

La cumbre de las Naciones Unidas sobre el cambio climático en Copenhague fue un absoluto frfacaso para los que esperaban una suerte de milagro. Lamentablemente, en cuestiones de política, los milagros ocurren, pero no son frecuentes. Habrá quien esté preguntándose que diablos tiene que ver la política en el tema del medio ambiente. Me explico. Hay mucha gente que piensa que el problema medioambiental tiene que ver solamente con el hecho de cortar arbolitos o con el uso indiscriminado de bolsitas de plástico. Inclusive no faltan los ilusos que creen que bastaría con cambiar un par de hábitos antiecológicos y que los salvajes del Tercer Mundo dejemos de talar los rain forest, para darle solución al problema.
Sería lindo que así fuera, pero no lo es. El deterioro del medio ambiente y el cambio climático son consecuencias directas y absolutas del sistema económico vigente en casi todo el mundo. Combatir un problema de ése tamaño implica realizar cambios en el modelo de desarrollo y el patrón de consumo imperantes, y eso significa pegarle en la médula al sistema capitalista de acumulación. Es por eso que no hubo acuerdo en Copenhague, y probablemente no lo habrá en ninguna parte; es decir, un acuerdo serio, realista y eficaz.
Parece una locura que el ciudadano común alrededor del mundo no pueda asumir la conexión enttre un modelo de desarrollo basado en el aumento de la producción y en la cultura del consumo, y el calentamiento global. ¿Es tan difícil darse cuenta que estamos ante un problema sistémico y que ésta es la factura que nos está pasando el capitalismo globalizado? A veces, me da la impresión de que cuando escuchamos hablar de emisiones de CO2, creemos que se trata de un ataque extraterrestre. ¿Qué es lo que nos impide ver que estamos embarcados en un modelo ecológicamente insostenible? ¿Cómo es posible que no nos demos cuenta que si todo el mundo alcanzara el "sueño americano" en términos de consumo, el planeta probablemente no aguantaría ni cien años?
En todo caso, quienes saben todo esto de memoria, son los líderes del "mundo desarrollado". Saben que en los últimos cincuenta años, los daños al equilibrio ecológico se han acelerado por encima de todos los pronósticos. Saben que cualquier conjunto de medidas mínimamente serias y eficaces, significarían una feroz ralentización del crecimiento de sus economías. Saben que cualquier estrategia, inclusive paliativa y no orientada a resolver estructuralmente el problema, implica afectar el bolsillo de sus financiadores, contribuyentes y votantes. Y también saben que hoy, la prioridad apremiante es pagar las tropelías de los banqueros y especuladorers afines. Ya hipotecaron sus economías para salvar a los pillos, y al parecer no es viable asestarle otro golpe a sus delicadas finanzas con el tema del calentamiento.
Por eso no les ha quedado otra que chuparse la condena mundial y la vergüenza de haber intentado sobornar a los más pobres y a los más afectados, con limosnas marginales. En el fondo, han establecido claramente cuáles son sus prioridades.
Ojalá este estrepitoso fracaso sirviese por lo menos para despertar en la ciudadanía la conciencia de que éste es un tema esencial y profundamente político que tiene que ver con el tipo de sociedad que debemos elegir, y que obviamente demanda cambios importantes en el modelo económico que la sustente. El desafío en adelante es asumir la dimensión política del problema en su real magnitud, y no pensar que la solución pasa únicamente por nuestra conducta individual, por muy ecológica que sea.
Ilya Fortún

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