En el manejo de una pradera o un bosque, la capacidad de carga se refiere a
la población máxima de una especie determinada que puede vivir en ese
territorio sin degradar su productividad ni su capacidad de regeneración. Los
economistas convencionales piensan que el desarrollo tecnológico permite
incrementar la capacidad de carga global de manera indefinida. Y como hemos
eliminado especies competidoras con gran "éxito", se concluye que la
noción misma de capacidad de carga no es aplicable a los seres humanos.
Esa percepción es errónea y peligrosa. La capacidad de carga se refiere al
uso de los recursos que cada individuo impone en un territorio. Ese nivel de
uso no es idéntico para todos los individuos, y tampoco es estático. Las
disparidades en la distribución de recursos, y en el acceso al poder, hacen que
no todos los individuos tengan el mismo peso ecológico. Y los cambios en la
tecnología traen aparejados transformaciones radicales en el uso de los
recursos.
La idea de "huella ecológica" ofrece una perspectiva más
interesante para analizar procesos de cambio técnico y sustentabilidad
ambiental. William Rees y Mathis Wackernagel fueron los primeros en utilizar el
concepto de huella ecológica. También diseñaron una metodología para
calcularla, sumando para una población determinada la superficie requerida para
la producción de cada uno de los elementos en su canasta de consumo anual.
El cálculo es difícil debido a las estimaciones que es necesario introducir
y a la falta de información. Pero el enfoque es el correcto. Una vez que se
tiene el cálculo de la superficie requerida para mantener el nivel de consumo a
nivel de un país, se puede estimar la huella ecológica per cápita. Esa
superficie representa el "planetoide personal", la superficie productiva
de la Tierra que cada habitante está utilizando anualmente.
El cálculo de la huella ecológica y el planetoide personal es un ejercicio
complejo que todavía necesita ser refinado. Por un lado, la necesidad de
información estadística de buena calidad es muy alta. Por otro, y más
importante, sería conveniente usar técnicas de cálculo matricial para dar
cuenta de las interdependencias en el interior del aparato productivo mundial
con una matriz insumo producto. Todavía falta mucho para llegar a ese nivel de
análisis, pero la línea de trabajo es adecuada. En el futuro será necesario
afinar la metodología para tomar en cuenta los efectos de escala que puede
acarrear una huella ecológica desmedida.
No se puede colocar en el mismo plano la huella ecológica de un habitante
en Bangladesh, luchando por sobrevivir en una pequeña parcela en la que cultiva
arroz con la ayuda de un búfalo, y la de un europeo que circula por las
autopistas alemanas en vehículo de lujo. Hay un problema ético aquí: la huella
ecológica de subsistencia no es lo mismo que la de opulencia. Hay umbrales por
debajo de los cuales no puede juzgarse con el mismo rasero la contribución
ecológica de un habitante. Por eso el cálculo de la huella ecológica de cada
país tiene implicaciones políticas de primera magnitud. Las negociaciones
internacionales en materia de cambio climático y conservación de la
biodiversidad, por ejemplo, serán radicalmente diferentes al usar como
referencia la huella ecológica.
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