Ya en 1972 el Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT) alertó que la naturaleza –sobre la que descansan los procesos
productivos– era limitada y finita. Advirtió que no se podía hablar de
crecimiento continuo con recursos finitos.
¿Cómo enfrentar el problema? Aparecieron dos grandes
tendencias: una que proponía re concebir el concepto de materia prima con
énfasis en el reciclaje y otra que sugería cambiar las regulaciones
supranacionales e incorporar instrumentos de mercado –como los impuestos y
tasas ambientales de contaminación– en la “administración eficiente” de los
recursos de la naturaleza. Fue un giro en la visión ambientalista que se dio en
los 80.
Los activistas del mercado consideran a la naturaleza
como una forma de capital, el “capital natural”, que podría ser contabilizado
en dinero. Especies de animales y plantas tienen valor monetario, como los
recursos genéticos. Los recursos biológicos que se ubican en un territorio son
de propiedad del país correspondiente, pero la propiedad intelectual y
distribución de los beneficios de uso de los recursos biológicos “pueden
implicar compartir la propiedad de éstos entre varias naciones”. Por tanto la
protección del medio ambiente sería una forma de inversión.
En esa perspectiva, la naturaleza o biodiversidad ya no
es considerada como un todo; se la fragmenta y sus componentes pasan a tener
dueño. Se entiende por biodiversidad al conjunto de especies de fauna, flora y
microorganismos; la variabilidad genética de esas especies; y los ecosistemas.
Las tendencias del ambientalismo neoliberal bregan por
una asignación de propiedad extensa de la naturaleza, lo que permitiría una
“gestión económica más eficiente del medio ambiente”. Admiten derechos de
propiedad sobre formas de vida y ecosistemas y en forma más extrema de
variedades genéticas de especies vivas, microorganismos y cultivos a través de
patentes. Dividir la vida en sus componentes más básicos y dar derechos de
propiedad es un ejemplo de extrema fragmentación de la vida, dicen los
ecologistas.
Los mercaderes argumentan que una buena forma de
maximizar el potencial de la ciencia es asegurar la propiedad de bancos
genéticos, parcelas de tierra o mar o cuotas de explotación sobre recursos naturales.
Los activistas del mercado saben que en el futuro la
efectividad de las economías no será determinada sólo por bolsas de valores o
las reservas monetarias sino por la cantidad, calidad y sostenibilidad del
“capital natural”. De ahí que comenzaron a legislar el futuro “biocomercio”,
que promete fabulosas ganancias para iniciativas que comercien con agua,
oxígeno, recursos genéticos y tierra. Ya existen porciones de ecosistemas
privatizados, en la industria pesquera. Quienes disfrutan los recursos
naturales encuentran en la apropiación de recursos la única salida para
mantener sus condiciones de vida.
Mientras se resuelve el debate, la demanda energética
mundial sigue en ascenso, tanto que países “verdes” como Canadá comenzaron a
flexibilizar sus leyes ambientales, convertidas en traba para las inversiones
petroleras.
no lo quise leer pero se ve bueno
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