Huella de carbono o mercados de emisiones son términos habitualmente empleados en el contexto medioambiental; sin embargo, su complejidad hace que no sea fácil comprender qué son, para qué sirven y qué importancia tienen en nuestra vida cotidiana.
La huella de carbono o huella ecológica es la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) que emitimos a la atmósfera como consecuencia de nuestros hábitos y actividades.
Nuestra huella de carbono personal la constituye cada producto que adquirimos, un alimento que ingerimos o una actividad que realizamos en función de aspectos como las materias primas que se han utilizado para su fabricación o la energía empleada en su uso.
Según un informe realizado por la Agencia Internacional de la Energía en 2009, cada español emitía a la atmósfera 7,68 toneladas de CO2 al año, mientras que en Estados Unidos la cifra ascendía a las 19,10 toneladas por habitante.
Lo importante es que a partir de nuestra huella de carbono es posible conocer de dónde vienen los gases nocivos que generamos a la atmósfera. Esto nos permitirá tomar medidas que permitan disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
De acuerdo a las metodologías de certificación de la huella de carbono, como la norma ISO 14064, existen dos tipos de fuentes que componen la huella. Por una parte, las fuentes llamadas directas, aquellas que se producen como consecuencia directa de una actividad o consumo determinado. Por otra, las fuentes indirectas, que son las procedentes del consumo eléctrico o las generadas a partir de la fabricación o extracción de la materia prima de un producto.
En Internet existen diversas herramientas calculadoras de huella de carbono a partir de datos como nuestro gasto anual de electricidad, el uso de gasolina o de aparatos electrónicos.
Con el objetivo de controlar las emisiones de GEI, existen mecanismos administrativos que regulan la emisión de estos gases.
Una de las más importantes es el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea, que establece para cada país miembro un Plan Nacional que asigna el número máximo de emisiones que puede generar en un periodo concreto.
Este sistema establece un tope por el que cada empresa puede generar un máximo de GEI, teniendo que costear unos créditos con los que comprar los bonos de otras empresas que contaminan menos cuando sobrepasan el valor permitido.
El libro "El mercado de emisiones: cómo funciona y por qué fracasa", escrito por Tamra Gilbertson y Oscar Reyes, y en cuya edición colaboraron organizaciones como Ecologistas en Acción, denuncia las características de este sistema.
Según indican sus autores, "este modelo de bonos permite a empresas y gobiernos dar la sensación de abordar el cambio climático pero, en realidad, no exigen que se inicien de inmediato cambios estructurales en los actuales patrones de uso, producción o consumo de la energía".
La huella de carbono o huella ecológica es la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) que emitimos a la atmósfera como consecuencia de nuestros hábitos y actividades.
Nuestra huella de carbono personal la constituye cada producto que adquirimos, un alimento que ingerimos o una actividad que realizamos en función de aspectos como las materias primas que se han utilizado para su fabricación o la energía empleada en su uso.
Según un informe realizado por la Agencia Internacional de la Energía en 2009, cada español emitía a la atmósfera 7,68 toneladas de CO2 al año, mientras que en Estados Unidos la cifra ascendía a las 19,10 toneladas por habitante.
Lo importante es que a partir de nuestra huella de carbono es posible conocer de dónde vienen los gases nocivos que generamos a la atmósfera. Esto nos permitirá tomar medidas que permitan disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.
De acuerdo a las metodologías de certificación de la huella de carbono, como la norma ISO 14064, existen dos tipos de fuentes que componen la huella. Por una parte, las fuentes llamadas directas, aquellas que se producen como consecuencia directa de una actividad o consumo determinado. Por otra, las fuentes indirectas, que son las procedentes del consumo eléctrico o las generadas a partir de la fabricación o extracción de la materia prima de un producto.
En Internet existen diversas herramientas calculadoras de huella de carbono a partir de datos como nuestro gasto anual de electricidad, el uso de gasolina o de aparatos electrónicos.
Con el objetivo de controlar las emisiones de GEI, existen mecanismos administrativos que regulan la emisión de estos gases.
Una de las más importantes es el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea, que establece para cada país miembro un Plan Nacional que asigna el número máximo de emisiones que puede generar en un periodo concreto.
Este sistema establece un tope por el que cada empresa puede generar un máximo de GEI, teniendo que costear unos créditos con los que comprar los bonos de otras empresas que contaminan menos cuando sobrepasan el valor permitido.
El libro "El mercado de emisiones: cómo funciona y por qué fracasa", escrito por Tamra Gilbertson y Oscar Reyes, y en cuya edición colaboraron organizaciones como Ecologistas en Acción, denuncia las características de este sistema.
Según indican sus autores, "este modelo de bonos permite a empresas y gobiernos dar la sensación de abordar el cambio climático pero, en realidad, no exigen que se inicien de inmediato cambios estructurales en los actuales patrones de uso, producción o consumo de la energía".
No hay comentarios:
Publicar un comentario