El accidente en la planta nuclear de Fukushima, en Japón, provocado por el terremoto y posterior tsunami del 11 de marzo, ha puesto nuevamente sobre el tapete uno de los temas más importantes vinculados con la energía nuclear: la seguridad. Es sabido que las consecuencias de un accidente nuclear catastrófico pueden ser graves, pero también se sabe que la frecuencia con la que ocurren esta clase de eventos es baja. La industria y los reguladores de este sector han llegado a esta conclusión tomando en cuenta las probabilidades de que se produzca un incidente en un año de operaciones. En el caso de los primeros cuatro reactores de Fukushima, la Agencia de Seguridad Industrial y Nuclear de Japón estimó en 2002 que la posibilidad de accidentes en el núcleo era de 1 en 100.000 o menos por año para cada reactor y que la probabilidad de incidentes que dañaran la vasija de contención era de 1 en 1.000.000 o menos por año, también para cada reactor. Sin embargo, dado que han pasado unas pocas décadas -y no milenios- entre los accidentes de Fukushima, Chernobyl y Three Mile Island -la isla del estado de Pensilvania en Estados Unidos-, sobre los que también se pensaba que no estaba en riesgo el núcleo del reactor, resulta evidente que los operadores nucleares y/o los reguladores están desestimando los riesgos asociados a la tecnología nuclear. En la cumbre sobre clima celebrada en Cancún, México, en diciembre de 2010 se dijo: "El cambio climático es uno de los desafíos más grandes de nuestro tiempo y todas las partes comparten una visión que implica trabajar de forma conjunta en el largo plazo". Para cumplir con los objetivos de Naciones Unidas, las emisiones deberán reducirse en un 80% para 2050. Esto requiere una disminución drástica de las emanaciones de dióxido de carbono (CO2) por parte del sector energético. Al mismo tiempo, los pronósticos anticipan un rápido incremento de la demanda de energía, impulsado fundamentalmente por el crecimiento económico de Asia, en particular China e India. La Agencia Internacional de Energía (AIE) estima que la demanda global aumentará en un 47% para 2035. Quienes están a favor de la alternativa nuclear creen que ésta debería jugar un rol cada vez más importante en el sector energético de alta eficiencia, que tiene como meta no emitir CO2. Sin embargo, la energía nuclear no es actualmente una tecnología global. Sólo 30 países la utilizan -entre ellos Argentina, Brasil y México- y seis -Estados Unidos, Francia, Japón, Alemania, Rusia y Corea del Sur- generan cerca de tres cuartas partes de la electricidad del mundo que proviene de reactores nucleares. La contribución total de las plantas nucleares a la producción global de energía que se comercializa es de aproximadamente el 6%. En comparación, el aporte del carbón es del 25% y el del gas natural es del 23%. Para que la energía nuclear cumpla un papel importante en suplir la demanda energética en el futuro, es necesario incrementar su uso. Esto aumentará significativamente las dificultades que ya existen en torno de la seguridad y del manejo de los desechos radiactivos y dará lugar, además, a una nueva serie de temores sobre la proliferación de materiales nucleares. Dada la dimensión y la urgencia del problema, es crucial que se de prioridad a las tecnologías de bajo costo que hayan dado prueba de su eficiencia y sean de interés para todo el mundo. Por esta razón, la prioridad debe ser la eficiencia energética, que no sólo apunta a combatir el cambio climático sino también a disminuir las dificultades en materia de seguridad y, además, genera beneficios económicos comprobados. En segundo lugar está la energía renovable que, para sorpresa de muchos, ha pasado a formar parte en los últimos años de los recursos energéticos más utilizados. Por ejemplo, en la Unión Europea las instalaciones de energía renovable son las que han permitido, en gran medida, aumentar la capacidad energética en 2008 y en 2009. De hecho, en Alemania generan más electricidad que la propia energía nuclear. La implementación de energías renovables a gran escala no sólo es posible técnicamente y tiene ventajas para el medio ambiente, como lo han demostrado numerosos casos, sino que además produce beneficios económicos al reducir la dependencia a las fluctuaciones en el precio de los combustibles fósiles. Mientras que el costo de la energía nuclear ha ido en aumento, el de las energías renovables ha disminuido y en muchas ocasiones es, incluso, la opción más barata. Después del accidente de Fukushima, la mayoría de los analistas creen que las complicaciones y los gastos de una planta nuclear aumentarán aún más. Se espera, en particular, que se ponga mayor énfasis en proteger las centrales de amenazas ambientales como inundaciones, tormentas y sequías, que en teoría serán más frecuentes como resultado del cambio climático. La central de Fukushima sólo produce el 3% de la energía que utiliza Japón. Por otra parte, como en Fukushima los problemas fueron trasladándose de un reactor a otro y de los reactores a las piletas de almacenamiento, habrá que cambiar el diseño de las instalaciones y esto afectará -sin duda- el costo de las futuras plantas. Varios estudios han demostrado que las fuentes renovables junto con la eficiencia energética bastan para suplir todas las necesidades de energía del planeta y que, en consecuencia, no es necesario recurrir a la opción nuclear. El desastre de Fukushima ha puesto de manifiesto el impacto ambiental, social y económico que la energía nuclear puede tener en condiciones extremas. Mientras Japón sigue tratando de lidiar con las consecuencias del terremoto y del tsunami del mes pasado, gran parte de los esfuerzos se han visto desviados hacia los intentos de contener la crisis en una planta que sólo produce el 3% de la energía del país.
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