Un informe especial reciente, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), ofrece reveladores datos sobre la población y los recursos naturales en América Latina. Por un lado, 225 millones de personas -casi la mitad de quienes habitan la región- son pobres, con todo lo que esto significa en cuanto a ingresos y calidad de vida: desde salud y nutrición hasta educación y servicios públicos. Sin embargo, América Latina cuenta con la mayor superficie cultivable del mundo: 576 millones de hectáreas, equivalentes a casi una tercera parte de su territorio. Además, junto con el Caribe posee 30 por ciento de las fuentes de agua renovables del planeta. La agricultura consume las tres cuartas partes de esa agua, pero lo hace de manera irracional. Tener muchos pobres al lado de tanta riqueza natural se debe a la mala distribución del ingreso y la abundancia: mientras millones carecen de lo indispensable, unos pocos concentran la tierra agrícola, el agua, los créditos y los procesos de comercialización de los productos agropecuarios, la industria, la banca y los servicios. Se dice que es bueno y necesario tener cada vez más supermillonarios en nuestros países porque gracias a ellos se crea empleo, ingreso, riqueza, pero el informe del PNUMA muestra que en la región la brecha entre ricos y pobres se hace mayor. Las desigualdades se relacionan directamente con hechos que afectan notablemente al medio ambiente y son raíz de numerosos problemas. Es el caso de la pérdida de bosques, que entre 1990 y 2000 ascendió a 47 millones de hectáreas. La región ocupa el segundo lugar en depredación de bosques y selvas, luego del continente africano, donde precisamente por esa destrucción enfrenta incontables desajustes sociales, ambientales y económicos, como la sequía y la falta de agua que acompañan a la pobreza extrema y a la hambruna. En nuestro continente la destrucción forestal se debe no solamente a la tala que realizan los pobres para sobrevivir, sino, fundamentalmente, a la expansión de la frontera agrícola que efectúan grandes consorcios trasnacionales ligados con poderosos intereses locales, como el que produce soya en la amazonia brasileña con resultados negativos para el ambiente y la población. La mira ahora está en Venezuela. A lo anterior se suma la ganadería de tipo extensivo, actividad fincada en la irracionalidad económica y ambiental cuando la mayoría de la población no consume carne. En concordancia con lo que informa la agencia de Naciones Unidas, el director de la Comisión Nacional Forestal, Manuel Reed, reveló que el último medio siglo nuestro país perdió 50 millones de hectáreas de selvas, es decir, somos más pobres en recursos naturales necesarios para producir agua, conservar y utilizar la rica biodiversidad que nos distingue en el mundo, producir alimentos, evitar la erosión de la tierra y los cambios climáticos, entre otros aspectos. Cabe destacar que la destrucción de bosques y selvas, el mal uso del agua, la ocupación anárquica de la franja costera por asentamientos humanos, industrias y complejos turísticos se ha convertido en una combinación explosiva de factores que hacen a América Latina más vulnerable en cuanto a inundaciones, sequías, clima, lluvias y huracanes. Y aunque nuestras autoridades y las de los otros países de la región declaran continuamente su interés por atender los desajustes ambientales existentes, por conservar y acrecentar los recursos naturales, por combatir la contaminación y la pobreza, además de anunciar políticas para obtener un desarrollo sustentable, lo cierto es que las cifras que ofrece el PNUMA son desalentadoras y muestran que se camina en sentido inverso a lo que dicta la sensatez, que no se hace lo correcto ni de manera suficiente para resolver problemas como los antes descritos, que, por el contrario, se agudizan.
lunes, 4 de octubre de 2010
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