En un planeta inmerso en una grave crisis de civilización, el diálogo sobre algo con alguien es silenciado por discursos y soliloquios relacionados con pensamientos estándares que erosionan la diversidad de ideologías y de puntos de vistas sobre cómo abordar las relaciones entre humanos y naturaleza.
Faltan espacios no para las lecciones magistrales sino para la conversación libre, pausada y tranquila, sobre las raíces económicas, socio-culturales y metafísicas del deterioro ecológico de los ecosistemas, la pérdida de la biodiversidad del planeta y sus implicaciones en el bienestar humano.
¿Es posible alcanzar un buen estado de bienestar de un individuo o de un colectivo al margen de la salud de los ecosistemas y la biodiversidad que albergan?
Durante milenios los sistemas humanos y naturales se han ido moldeando y adaptando convirtiéndose en un sistema integrado de humanos en la naturaleza. Los ecosistemas sanos generan un rico y variado flujo de servicios o beneficios a los seres humanos que no sólo hacen posible su vida física sino que además sea digna de ser vivida. De esta manera los humanos recibimos directa o indirectamente de una naturaleza sana alimentos, agua limpia, medicamentos, madera, fertilidad del suelo, control de enfermedades, educación, enriquecimiento espiritual, etc., que determinan, en gran medida, nuestro bienestar. En una sociedad sostenible se acepta que no sólo la economía sino también la seguridad, la salud física y mental o las relaciones sociales están estrechamente vinculadas a la conservación de la naturaleza y la biodiversidad.
Por tanto, una Política de salud saludable sería aquella que asuma el principio de que los seres humanos no podremos alcanzar nuestro bienestar a parte, ni siquiera de parte, sino sintiéndonos parte de la naturaleza.
Pero la realidad es que en la civilización de los albores del siglo XXI construida sobre una economía de mercado, globalizada, tecnológica y urbana, desde nuestras oficinas o centros de ocio no apreciamos los estrechos vínculos que existen entre la salud de nuestros ríos, bosques, u océanos y nuestro bienestar humano. Este desacoplamiento entre la salud humana y la salud de la naturaleza es cada vez más extenso e intenso y está generando graves consecuencias en el bienestar de muchas poblaciones, en especial en las que viven en los países del Sur. Cada vez son más los estudios que denuncian y anuncian las consecuencias en la salud humana de los efectos del Cambio climático, de la destrucción de ecosistemas, de la pérdida de biodiversidad o de la contaminación de los suelos y las aguas.
Parte de la necesidad de construir capacidad adaptativa de los individuos y las Instituciones para sobre(vivir) en el Antropoceno una nueva era de la civilización en la que la coevolución entre la naturaleza y la sociedad tiene lugar a una escala planetaria y a una velocidad mucho más rápida que en el pasado.
Vivir en el Antropoceno o lo que es lo mismo bajo el paraguas del Cambio Global, significa desarrollarse en un contexto de cambios intensos, rápidos y globalizantes que delimitan unos marcos de gran incertidumbre e impredecibilidad al que, por lo general, ni los individuos, ni las instituciones están preparados para afrontar.
Para abordar de una forma global la crisis ecológica en la que el planeta se encuentra inmerso se debe emplear el marco conceptual y metodológico de la Ciencia de la Sostenibilidad, una nueva aproximación transdisciplinaria que se centra en explorar las interacciones complejas que se establecen entre los sistemas naturales y los sistemas humanos. Nos recuerda que existimos y nos desarrollamos dentro de un sistema socio-ecológico (humanos en la naturaleza) Este concepto, nos exige enjuiciar y gestionar las relaciones entre la naturaleza y la sociedad como un todo, como una entidad integrada y unitaria. Esta forma de pensar y actuar nos permite romper con la tiranía tradicional que enfrenta la conservación con el desarrollo y revindica una conservación para el desarrollo humano.
lunes, 28 de septiembre de 2009
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